En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»
Reflexión
A lo largo del Evangelio, Jesús nos repite en varias ocasiones <<No temáis>>, <<No tengáis miedo>>. Porque la imagen de Dios a lo largo de la historia ha sido representada con temor, como si Él nos castigara, nos enviara los males del mundo, nos cobrara las cosas que hacemos mal. Hay quien usa mortificaciones para castigarse por sus pecados.
Pero según mi forma de ver al Señor y de entender su mensaje, ¿realmente cómo podemos llegar a pensar que eso es lo que Él quiere de nosotros con todo lo que nos ama? Las pruebas que nos pone la vida no son enviadas por Dios, por el contrario, Dios está a nuestro lado durante esas pruebas, nos apoya, nos levanta y nos da fuerzas. Quiere que tengamos tranquilidad, confianza y abandono. Porque todo lo que dejemos en sus manos, va a estar bien. Siempre va a estar bien. Aunque no entendamos por qué pasan ciertas cosas, es por un bien mayor para nosotros. Ese es el mensaje que Jesús, en el Evangelio de hoy, intenta transmitir.
Tampoco debemos tener miedo de aquellos que rechazan a los que le seguimos, pues podrán matar nuestros cuerpos, pero no nuestra fe. A la semilla que el Señor puso en el mundo le han salido raíces tan fuertes, que ha crecido como una bella flor en medio de un mundo de guerras, de intereses, de conflictos... Ha estado viva a través de los tiempos y, por mucho que lo intenten, jamás podrán arrancar sus raíces.
Ese es nuestro Dios. Luz y amor, no temor y miedo. Jesús termina este pasaje añadiendo: “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y sí uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”. Que se note que somos de Cristo. Que se vea en el brillo de nuestros ojos y en nuestras vidas. Que los demás lo noten no por nuestras palabras, sino por nuestros actos. Siempre con Cristo en el corazón y en nuestra alma. Y nuestra mejor herramienta, el amor.
Un sí a Cristo, es un sí a la vida eterna, un sí al amor, un sí a la vida, un sí a la luz, un sí a la alegría de espíritu, un sí a abrazar este mundo, un sí a entregarnos a nuestros hermanos, un sí a dar sin pensar en recibir, un sí a mantener la mirada siempre puesta en el cielo y no en lo terrenal, un sí a elevar nuestro corazón hacia Dios.
¿Y cuál es tu respuesta? ¿Te atreves a decir si?
Reflexión
A lo largo del Evangelio, Jesús nos repite en varias ocasiones <<No temáis>>, <<No tengáis miedo>>. Porque la imagen de Dios a lo largo de la historia ha sido representada con temor, como si Él nos castigara, nos enviara los males del mundo, nos cobrara las cosas que hacemos mal. Hay quien usa mortificaciones para castigarse por sus pecados.
Pero según mi forma de ver al Señor y de entender su mensaje, ¿realmente cómo podemos llegar a pensar que eso es lo que Él quiere de nosotros con todo lo que nos ama? Las pruebas que nos pone la vida no son enviadas por Dios, por el contrario, Dios está a nuestro lado durante esas pruebas, nos apoya, nos levanta y nos da fuerzas. Quiere que tengamos tranquilidad, confianza y abandono. Porque todo lo que dejemos en sus manos, va a estar bien. Siempre va a estar bien. Aunque no entendamos por qué pasan ciertas cosas, es por un bien mayor para nosotros. Ese es el mensaje que Jesús, en el Evangelio de hoy, intenta transmitir.
Tampoco debemos tener miedo de aquellos que rechazan a los que le seguimos, pues podrán matar nuestros cuerpos, pero no nuestra fe. A la semilla que el Señor puso en el mundo le han salido raíces tan fuertes, que ha crecido como una bella flor en medio de un mundo de guerras, de intereses, de conflictos... Ha estado viva a través de los tiempos y, por mucho que lo intenten, jamás podrán arrancar sus raíces.
Ese es nuestro Dios. Luz y amor, no temor y miedo. Jesús termina este pasaje añadiendo: “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y sí uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”. Que se note que somos de Cristo. Que se vea en el brillo de nuestros ojos y en nuestras vidas. Que los demás lo noten no por nuestras palabras, sino por nuestros actos. Siempre con Cristo en el corazón y en nuestra alma. Y nuestra mejor herramienta, el amor.
Un sí a Cristo, es un sí a la vida eterna, un sí al amor, un sí a la vida, un sí a la luz, un sí a la alegría de espíritu, un sí a abrazar este mundo, un sí a entregarnos a nuestros hermanos, un sí a dar sin pensar en recibir, un sí a mantener la mirada siempre puesta en el cielo y no en lo terrenal, un sí a elevar nuestro corazón hacia Dios.
¿Y cuál es tu respuesta? ¿Te atreves a decir si?
No dejes que se oxide el hierro que hay en ti.
Haz que, en vez de lástima, te tengan respeto.
Cuando por los años no puedas correr, trota.
Cuando no puedas trotar, camina.
Cuando no puedas caminar, usa el bastón.
Pero nunca te detengas.
¡Sigue adelante!
Santa Teresa de Calcuta.
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