Lectura del santo evangelio según san Juan (16,16-20)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver».
Comentaron entonces algunos discípulos:
«¿Qué significa eso de “dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver”, y eso de “me voy al Padre”?».
Y se preguntaban:
«¿Qué significa ese “poco”? No entendemos lo que dice».
Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo:
«¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: “Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver”? En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría».
Reflexión
Pienso que nosotros, al igual que los apóstoles, desearíamos ver a Jesús encarnado de nuevo en nuestra vida terrenal, escuchar el mensaje con su voz, poder besar su mano, seguirlo y defenderlo de todo el que quiera hacerle daño. La verdad es que, en varias ocasiones anuncia su vuelta al final de los tiempos.
Mientras tanto, Él no quería tampoco despedirse de nosotros y por ello, nos dejó el pan y vino como su cuerpo y sangre. En algo tan cotidiano tenemos a Jesús presente.
De esta forma, cada vez que entras a un Sagrario estás justo al lado de la presencia más tangible y cercana del Señor, un cara a cara desde el alma, un refugio para nuestras tormentas, una casa donde el Padre espera por tu visita. ¿No es bonito pensar que tienes un lugar físico donde hablar directamente con Jesús?
A parte de ello, los cristianos, ponemos nuestra mirada en los demás pues en ellos sentimos también la presencia viva del Señor.
Así, sentimos el sufrimiento de nuestros hermanos, la tristeza de los que están solos, la desesperanza de no encontrar un lugar en la vida, la mirada de un enfermo o el frío de las personas que no tienen techo. Todo ello nos llega directamente al fondo de nuestro corazón.
Está en nuestras manos crear un mundo que honre al Señor, un mundo de amor y esperanza. No es fácil, porque el mundo está perdido entre muchos abismos, sin embargo, allí donde haya un cristiano, hay un trocito de Jesús en el mundo. Un mástil fuerte y sólido gracias a nuestra fe y a la presencia viva de Jesús.
No hay felicidad más grande que servir al Señor, y algún día si el mundo renace a una nueva era, estoy convencida que Él volverá. Y entonces reinará la alegría entre los cristianos por reencontrarse con su Maestro.
Oremos al Señor para que allí donde se encuentre un cristiano, sea una antorcha que ilumine el mundo en medio de su oscuridad para que así abran los ojos a la verdadera felicidad. Luchemos por un mundo que algún día renazca al amor. Y roguemos también por una fe verdadera que nos haga vivir en cada Eucaristía y en cada momento de nuestra vida, que Jesús no se ha ido, todo lo contrario, está más cerca de nosotros que nunca.
Ayúdanos a saber seguirte, Jesús.
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